Visto desde un lugar ingenuo, podría pensarse que
no hay nada demasiado extraño en una película como “Los chicos crecen”(Enrique
Carreras, 1976) en la que se trata de un
hombre que se rehúsa a reconocer a los hijos que tuvo con su amante, a quienes
les ha puesto otro apellido para cuidar su reputación social. Pero allí pueden
intuirse ciertos elementos que ligan la práctica de los militares con los actos
de Zapiola: si bien aquí no hay una apropiación –los hijos son el fruto de la
relación de Zapiola con Cristina de acuerdo a lo que ambos manifiestan-, lo que
sí existe es una supresión de la identidad real, prueba de que con los niños se
puede hacer lo que se desee, incluso cambiar su filiación. Cazenave, el amigo
de Zapiola, instancia moral del relato, sin embargo, complica definitivamente
las cosas al preguntarle irónicamente a su amigo: “¿Y cómo les pusiste?¿NN?”.
Un dato adicional a tener en cuenta: en el relato que la madre y Zapiola hacen
a los niños, el padre es un convicto al que se le conceden solo salidas
esporádicas. La familia se construye, entonces, a partir de una sucesión de
premisas falsas: los chicos crecen, efectivamente, con la imagen de un padre
que no lo es, que reemplaza a un padre real que nunca conocerán –en tanto
Zapiola toma la decisión de seguir con su esposa y no con su amante-, y con una
identidad, o al menos una parte de ella, fraguada.
El peligro está en los vivos, pp.40.
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